World Vision y su socio local WeWorld organizan un campamento de verano en Moldavia, donde niños ucranianos y moldavos comparten su pasión por la danza y construyen amistades en medio del conflicto. A dos años de iniciada la guerra en Ucrania, el campamento ofrece la oportunidad de aprender, jugar y sanar juntos, destacando el poder del arte y la comunidad.
La guerra une a niños ucranianos y moldavos en un emotivo intercambio cultural en Moldavia
(28/Ago/2024 – Panama24Horas web) LatAm.- Son más de dos años de guerra en Ucrania, esto ha generado que miles de niñas, niños y adolescentes dejen sus hogares y tengan que adaptarse a nuevas formas de vida en países vecinos como Moldavia. World Vision, a través de su trabajo humanitario, le apuesta a cuidar y dar herramientas de desarrollo y protección a estas comunidades.
En el corazón del campo moldavo, a unos 70 kilómetros de la capital, Chisinau, se encuentra un pequeño pueblo rodeado de exuberantes bosques. Aquí, en el animado campamento de verano cerca del pueblo de Zloti, 125 niños ucranianos y moldavos juegan y participan en actividades deportivas.
Bajo el abrasador sol de julio, Stanislav, un niño moldavo de ojos verdes, ejecuta cinco movimientos de danza con precisión y velocidad. Anna, quien llegó desde Odessa, Ucrania hace dos años, se encuentra junto a él, intentando imitar los movimientos con increíble exactitud.
A pesar del calor sofocante, ambos han estado dedicados a aprender la nueva danza moldava durante varias horas. Son bailarines profesionales que se conocieron hace apenas unos días al llegar al campamento de verano de diez días, organizado por WeWorld, socio local de World Vision, y financiado por Aktion Deutschland Hilft.
«Trabajar en las presentaciones de danza con Anna es una experiencia cultural inolvidable. Ella me enseñó las sutilezas de la danza ucraniana, y yo le enseñé mi conocimiento sobre las danzas moldavas y búlgaras,» comparte Stanislav, de 15 años. «Es una maravillosa combinación de costumbres. No solo aprendimos el uno del otro, sino que también desarrollamos una amistad debido a nuestra pasión compartida por la danza,» añade.
En medio del caótico sonido de las risas de la niñez, se oye un estruendo que hace que Anna se estremezca involuntariamente. La pesada puerta del edificio cercano se cerró con un fuerte golpe. Su corazón se detiene en su garganta y se queda paralizada, con los ojos abiertos de terror.
Tenía solo 9 años cuando comenzó la guerra. Ha sido testigo de la pérdida, la destrucción y la tensión perpetua que ha asolado su ciudad desde aquel horroroso febrero de 2022. Cada ruido fuerte, cada movimiento inesperado la lleva a aquellos primeros días de vida en el subsuelo.
«En los primeros días de la guerra, nos mudamos al refugio de nuestra abuela. Estábamos en completa oscuridad, con moho y frío extremo,» dice Anna. «Recuerdo una cena. Todos estábamos sentados alrededor de la mesa y nuestra mamá nos dijo que ya no era seguro quedarse en casa. Mi hermana y yo tendríamos que irnos con nuestra abuela,» continúa. Las niñas de nueve años no sabían que sería la última cena en familia.
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